LOS TESTS
En la entrevista con los padres la anamnesis permite esclarecer una cierta estructura familiar.
La palabra test significa “prueba”, y el niño considera a la entrevista como un examen. Y para los padres el test del niño tiene un valor de testimonio.
El psicólogo, ocupa un lugar en la fantasía parental. Se nos pide q clasifiquemos a este niño, q lo hagamos salir de la penumbra para orientarlo, para atenderlo. Pero nunca se trata de eso solo. Al clasificarlo, lo q se busca antes q nada es calmar la angustia parental. El niño, inmovilizado a veces en una especie de pánico, espera también la palabra del psicólogo, su veredicto, como una salvación. ¿De qué? No está claro.
Se debe ayudar al niño a reconocerse. Para ello, es importante q evitemos manifestar nuestra opinión sobre lo q él debe ser (ya que, si actuásemos así) el niño ocuparía el lugar del significante del Otro y no podrá ya significarse, no haríamos mas q perpetuar una historia familiar determinada de la q el niño no logra tomar la distancia necesaria. Al igual q lo padres, corremos el riesgo de designarle un lugar, el vacio q se le pide q llene. Si este vacío es el del Otro, puede llenarlo solo a expensas de distorsiones intelectuales, escolares o de carácter. El examen de un niño pone siempre en juego, de forma inmediata, resonancias familiares.
Quien eres tu q vienes a verme?; por q vienes?; q deseas? – tú vas a decirme quien soy
Porque vienes? Q deseas? –nada, me traen.
Q es lo q anda mal en la escuela, en tu casa? – “ellos” se lo dijeron no?
Me gustaría q me digas algo más. – en la escuela, “ellos”, los de la casa, no están contentos.
Esto te molesta? – claro, no están contentos conmigo.
Quieres q veamos juntos como ayudarte? –bueno si.
En un primer momento, q se establece con el niño se sitúa en relación con el deseo parental. ¿Qué quieren de mi y q puedo hacer para satisfacer sus deseos? Esta pregunta implícita a menudo es el punto de partida de las entrevistas. Si se la deja de lado se corre el riesgo de omitir una dimensión esencial. Considero a los test como un medio y no como un fin, los uso en un dialogo en cuyo trascurso intento desentrañar un sentido, en función a un esquema familiar. Por eso, tengo en cuenta especialmente el discurso del sujeto. Tanto el nivel del CI como la gravedad de los trastornos de atención, las dificultades en el campo de la abstracción, tienen sentido solo en el seno de la historia.
Ahora bien, la verbalización de los resultados de los tests se presenta como una reestructuración, dirigida al padre, de la significación de los trastornos de su hijo. Mediante el examen psicológico se puede denunciar el lugar ocupado por el sujeto en el mito familiar, pero no por ello se cura al padre (es el ejemplo de Robert), aunque se logra desalojarlo de una cierta mentira. Eso permite luego ayudar al hijo a evolucionar “por su propia cuenta”.
Intento situar los datos q obtengo en una dinámica q tenga en cuenta la acción reciproca de la demanda y del deseo en los vínculos padres-hijos. No “oriento” nunca, y siempre me sorprenden las “orientaciones” imperativas q se realizan en algunos casos. El fracaso de estas orientaciones nos permite comprender q el psicólogo se hace cómplice de las dificultades familiares. “Reorientado”, el niño, en algunos casos, es apresado en una trampa, en el seno de un malentendido cuyo alcance o extensión no siempre se estiman en grado suficiente.
Lo q cuestiono es toda orientación, todo examen efectuado con un niño q afronta dificultades neuróticas. En dichos casos la orientación, por lo general, corre un mayor riesgo de realizarse a partir del fracaso, en lugar de basarse en las posibilidades reales del sujeto. En estas situaciones se debe escuchar al mensaje más allá de toda medición.
La mala organización temporo-espacial, la incoordinación psicomotora del sujeto no exigen en forma automática una reeducación. Puede suceder q ese sea el único modo de expresión del niño. ¿Qué desea mi madre? Esa es la pregunta q parece plantear, pero la responde prohibiéndose la motricidad. Su cuerpo se inmoviliza. Si nos limitamos a reeducar al síntoma, corremos el riesgo de inmovilizar al niño en una estructura obsesiva; así, no podrá ni siquiera usar lo q se ha reeducado. Ello señala la importancia de q en la anamnesis y en los tests el analista logre distinguir:
1. El síntoma que tiene valor de mensaje (y q debe ser escuchado en el trascurso de un PSA).
2. El síntoma q no tiene valor de mensaje y q puede ser reeducado sin perturbar al sujeto en la relación con el mundo.
Es innegable la utilidad q presenta la detección precoz de las diversas formas de inaptitud para facilitar su solución; no menos importante es atenuar el dramatismo de estos exámenes, o más bien, comprender el alcance psicológico q estas “mediciones de la inteligencia” tienen tanto para el niño como para la familia. Estos resultados están inmersos siempre en un cierto contenido fantasioso. Puede ser útil decir a un padre “su hijo no es como usted cree, es inteligente, aun siendo mal alumno”. Esto puede ser oído en la medida en q el adulto quiera oír, “está condenado a ser solo eso” dice (o sea, “mi hijo debe seguir ocupando siempre ese lugar, no quiero q usted lo saque de ahí”).
El niño, por su parte, es sensible a todo veredicto q podría confirmar el sentido de la condena parental. Se debe considerar a los test como ensayos (con posibilidad de error) y no como textos legislativos q ordenan tal o cual orientación. Los intentos de catalogar a un niño encerrándolo en un marco estrecho de mediciones o de observaciones experimentales presentan siempre ciertos riesgos. En esos casos se omite siempre lo esencial, q remite a la relación del sujeto con su ser.
No se puede comprender la significación del síntoma si no se esclarece el lugar q ocupa en la articulac´ de los efectos de la demanda y del deseo, puntos de apoyo de la relac´ del sujeto con el Otro.
“vengo a consultarla para poder estudiar”. En realidad esta frase es siempre mascara, q oculta una verdad situada en un plano distinto. La angustia del sujeto desborda casi siempre el marco de los motivos por los q consulta. Por eso nunca se los debe tomar al pie de la letra y se debe oír lo q puede surgir en un discurso mas allá del síntoma.
No cuestiono el valor de los test, su ajuste teórico por parte del investigador, sino su aplicación ingenua. El analista debe situar la demanda de forma tal q se pueda al menos percibir su aspecto ilusorio.
¿EN QUE CONSISTE ENTONCES LA ENTREVISTA CON EL PSICOANALISTA?
En el análisis nos encontramos frente a un discurso (tanto cuando se trata de los padres como del hijo) al q cabe calificar como “alienado” antes q mentiroso, ya q no es el discurso del sujeto, sino del de los otros, o de la opinión. Nunca se podría salir de este discurso alienado si la experiencia analítica fuese solo una objetivación psicológica del sujeto, de un sujeto q seguiría presentando una máscara social (q ni siquiera le es propia) para q otro, el analista, interprete su sentido.
Lacan puso el acento en el discurso del sujeto. El sujeto integra su propia historia a su discurso en una forma determinada y constituye su pensamiento en una dialéctica mediante su palabra. Esta palabra no siempre es fácil de aprehender, ya q el hombre usa a menudo el lenguaje para ocultarla o ahogarla. Cuantos meses perdidos porque se tiene “miedo a la trasferencia”.
El paciente, en su conducta y en su discurso, va a expresar en un primer momento ese folklore psicoanalítico. Necesitara de mucho tiempo para comprender q su verdad se sitúa en un lugar distinto. La 1° entrevista con los padres a menudo hay q rehacerla por completo, ya q el primer discurso de los padres suele ser, antes q nada, el discurso de los otros. Su sufrimiento puede ser expresado solo en la medida en q pueden estar seguros de ser escuchados, en la medida en q el Otro no asuma el rol de educador o de juez.
“No le he dicho a nadie pero este niño no es hijo de mi marido”. Esa mujer pudo hacerme esa confesión, esencial como confesión para “ella misma”, y no como hecho en sí, trastornante para el niño, gracias a q ella sabia q yo no daría una respuesta mutiladora para su ser. No es q yo proceda con contemplaciones para con los padres, pero me preocupo por respetar “confesiones” q tienen sentido, no por dirigirse a otro sujeto, sino porque reconstruyen en cierta forma al sujeto. Lo q es peligroso para el niño es la mentira de la madre a sí misma; el problema, le es propio, y es perjudicial q finja q no le atañe. El niño siempre es sensible a este tipo de mentira. Por otra parte es sensible a “todo lo q no se dice”.
Por lo general cada miembro de la familia suele vivir una situación familiar de acuerdo con una forma q le es propia. Viven uno junto a otro, y en realidad, ignoran todo lo referente al otro. El hecho de compartir el cubierto, un techo, placeres, parecería bastar, ya q son pocos los q intentan saber quién es aquel con el q convive. Es posible q la verdadera forma de pudor resida en ello: es difícil compartir la intimidad, y quizás, y en primer lugar, especialmente difícil hacerlo consigo mismo. Por ello la primera entrevista con el psicoanalista es más reveladora en lo q se refiere a distorsiones del discurso q a su contenido mismo. Este contenido varía de una sesión a otra, de un analista a otro, porq la verdad de ese discurso se constituye en el Otro, siempre a través de una cierta ilusión. “Es curioso q le digo cosas q son lo opuesto a lo q le dije al Doctor”. – Porque lo opuesto? – Porque me encontré desprevenida y dije al comienzo lo q creí q había q decir y ahora tuve tiempo para confesarme lo q prefería ocultarme. Pero son pocas las personas q perciben con tanta nitidez la diferencia entre los discursos q manifiestan..
Al vivir con su hijo, la madre llega, en algunos casos, a olvidar al ser q se oculta detrás del objeto q cuida. En relación consigo misma carece de una cierta distancia q le permitiría sorprenderse a veces por un cierto estilo de conducta. Como perfecta ama de casa, está tranquila cuando cada objeto está en su lugar: marido e hijos asumen una cierta función en este universo cerrado del q toda evasión es imposible. En algunos casos y al carecer de una posibilidad mejor, el niño busca la evasión en la enfermedad. Sometido a la madre como objeto para cuidar, él le manifiesta con su enfermedad q ella no puede hacer nada por él, salvo quizás tener deseos fuera de él.
Si algo se pierde en la confrontación con el analista, es una cierta mentira; a través de este abandono el sujeto recibe en cambio y como verdadero don, el acceso a su verdad.
Cuando los padres consultan por su hijo, mas allá de este objeto q le traen, el analista debe esclarecer el sentido de su sufrimiento o de su trastorno en la historia misma de los dos padres. Emprender un PSA del niño no obliga a los padres a cuestionar su propia vida. Al comienzo, antes de la entrada del niño en su propio análisis, conviene reflexionar sobre el lugar q ocupa en la fantasía parental. La precaución es necesaria para q los padres puedan aceptar después q el niño tenga un destino propio. Un niño sano, si es necesario, obtiene esta autonomía mediante crisis de carácter, mediante oposiciones espectaculares. El niño neurótico paga este deseo de evolución personal incluso hasta con un daño orgánico muy serio. Algunas afecciones (epilepsia) son agravadas de este modo por la ansiedad del medio, q compromete el éxito de un tratamiento médico. Madre e hijo deben ser considerados entonces en el plano psicoanalítico: la evolución de uno es posible solo si el otro la puede aceptar.
A través del Otro, la entrevista con el psicoanalista es un encuentro con su propia mentira. El niño presenta esta mentira en su síntoma. Lo q daña al niño no es tanto la situación real como “todo lo q no se dice”. En ese no dicho, son infinitos los dramas imposibles de ser expresados en palabras, las locuras ocultas por un equilibrio aparente, pero q el niño, trágicamente siempre paga. El rol del psicoanalista es el de permitir, a través del cuestionamiento de una situación, q el niño emprenda un camino propio.
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